Por mucho que uno se empeñe, hay que reconocer que todo el mundo no puede dedicarse a la decoración, bien sea porque no tenemos un sentido de la estética que agrade a la mayoría o porque simplemente no somos capaces de hacer posibles las ideas que se nos pasan por la cabeza.
Es verdad que los gustos personales son cosa de cada uno, pero si alguien se plantea dedicarse profesionalmente a la decoración, lo mejor será que no trate de imponer lo que le parece bonito a toda costa, pues lo único que logrará será fracasar estrepitosamente. Un decorador profesional tiene que hablar primero con quien quiere decorar para comprender no solo sus gustos sino todo aquello que en un principio no parece que le pueda gustar pero que en realidad no se atreve a poner en su casa por temor a los prejuicios de otras personas. En este sentido un decorador tiene que ejercer un poco como psicólogo y comprender no solo el tipo de decoración que quiere alguien sino también la razón por la que la quiere, pues solo de este modo se puede ser capaz de hacer un trabajo con el que el cliente esté satisfecho durante largo tiempo.